Los Caprichos de Goya y el alba de la Modernidad en el grabado

Carla Manzano.- Según escribe Marisa Cancela en la página que la Universidad de Zaragoza dedica a los Grabados de Francisco de Goya, la primera serie de los Caprichos fue editada en 1799. Coincide con la grave enfermedad que contrae a comienzos de esa década y que le acompañará hasta el final de sus días: la sordera. Es la primera serie que ejecuta como tal, con plena voluntad unitaria, y en la que el artista se muestra con total libertad expresiva, sin sujeción a encargos de terceros, dejando a su albur a la imaginación. Para su realización, utilizó aguafuerte y buril, así como punta seca.

La serie se inicia en los dibujos de dos álbumes. El "Álbum de Sanlúcar" o Álbum A (1796-1797), realizado durante su estancia en la finca de la Duquesa de Alba en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), y el "Álbum de Madrid" o Álbum B. En ellos hizo dibujos y apuntes, a tinta china y aguada, que se trasladaron a continuación a plancha de metal. Además, se conservan 113 dibujos preparatorios en los que es manifiesta esta relación con los álbumes.

Los Caprichos se componen de 80 estampas impresas en 1799, cuyo anuncio de venta en la Gaceta de Madrid del 6 de febrero apareció como "Colección de estampas de asuntos caprichosos, inventadas y grabadas al aguafuerte por don Francisco de Goya". En un extenso texto, el autor justifica su trabajo afirmando que la pintura puede ser tambien un vehículo para censurar "los errores y los vicios humanos" al igual que la poesía, y defiende la capacidad creativa del artista oponiéndola al "copiante servil". Como se aprecia, se trata de una concepción del artista totalmente coincidente con los postulados románticos, para los cuales el artista es portador, utilizando la clásica terminología de Abrahams, ya no de un espejo, sino de una lámpara con la que alumbra obras únicas y originales, lejos ya de la mera emulación clásica.

Goya llamó a sus estampas "asuntos caprichosos que se prestaban a presentar las cosas en ridículo, fustigar prejuicios, imposturas e hipocresías consagradas por el tiempo". Las primeras 36 se refieren al amor y la prostitución, junto a temas variados como la mala educación de los hijos, el matrimonio por conveniencia, la crueldad materna, la avaricia, la glotonería de los frailes, el contrabando, el Coco, etc. Del 37 al 42 inclusive, son caprichos sobre asnos. A partir del 43 abundan brujas, duendes, frailes y diablos.

Goya, muy relacionado con los ilustrados, compartía sus reflexiones sobre los defectos de su sociedad. Eran contrarios al fanatismo religioso, a las supersticiones, a la Inquisición, a algunas órdenes religiosas, aspiraban a leyes más justas y a un nuevo sistema educativo. Todo ello lo criticó humorísticamente y sin piedad en estas láminas. Consciente del riesgo que asumía y para protegerse, dotó a algunas de sus estampas con rótulos imprecisos, sobre todo las sátiras de la aristocracia y del clero. También diluyó el mensaje ordenando los grabados sin un criterio coherente. De todas formas, sus contemporáneos entendieron en los grabados, incluso en los más ambiguos, una sátira directa a su sociedad y también a personajes concretos, aunque el artista siempre rechazó este último punto. La carga crítica de los Caprichos alertó a la Inquisición y, ante el temor a represalias, se retiraron de inmediato de la venta. Goya ofreció al Rey las ochenta planchas y las estampas editadas aún no vendidas, que aparecen inventariadas en la Calcografía Nacional en 1803.

Los Caprichos tuvieron amplia difusión y se conocieron pronto fuera de España. Fueron el símbolo de "lo goyesco" y transmitieron una nueva manera de afrontar la realidad, presentándola más próxima y expresiva, con un lenguaje más fresco, del que se harán eco los artistas del siglo XIX, caso del genial Daumier. Es el final del frío y artificioso grabado neoclásico y el principio de la Modernidad en el grabado.